Aunque aparentemente pueda resultar una simple inserción del
político en un plano social más cercano a la clase media, la participación de
los candidatos políticos en programas de entretenimiento es un gancho fácil
para hacer propaganda de la campaña electoral de un partido y conseguir meter
la cabeza en los medios de comunicación sin tener que valerse de mucho
esfuerzo. Solemos encontrarnos con un perfil de destinatario mucho menos crítico
y más moldeable a nuestro mensaje, donde el rigor se reduce y la puesta en
escena es mucho menos formal. Este es el caso de Santiago Abascal, líder de
Vox, que asistió al programa de televisión “El Hormiguero”, el cual presenta un
formato de entrevista mucho menos encorsetado que otros programas. Además, una
de las características que ostenta este programa es que el entrevistador no
ejerce de mediador; se convierte en un interventor de debate, donde expone,
junto con el del invitado, su juicio y perspectiva, haciendo valoración de los
comentarios del entrevistado. Nos encontramos así con una especie de amalgama
entre un formato de debate con uno de entrevista, con un periodista objeto de
su subjetividad, algo que denota un menor rigor periodístico.
Gracias a la participación de determinadas figuras políticas
en este tipo de espacios mucho más laxos, un bombardeo propagandístico se
inmiscuye – gracias al eco de los medios de masas – en sectores de la sociedad
mucho menos activos en la política, que poseen menor juicio crítico y que por
tanto, son mucho más plásticos al impacto de ciertos mensajes. Además, se da el
suceso conocido como photopportunity,
que consiste en “situar al político en localizaciones visualmente
irresistibles” (Herrero, J. C., 2014), llamando la atención el espectador y
mirando con otros ojos al candidato. Por ejemplo, el expresidente de los
Estados Unidos Ronald Reagan cargaba con una imagen de frialdad y
distanciamiento con los ciudadanos. Fue entonces cuando su equipo asesor, el 26
de enero de 1983, decidió capturar una imagen del político levantando una jarra
de cerveza en un pub irlandés, confiriéndole así más “humanidad” y haciendo ver
al resto del estadounidenses que se trataba de “una persona cercana y empática
que conecta con los problemas de la clase trabajadora y los desempleados”
(Herrero, J. C., 2014). Este caso puede extrapolarse a la visita de Santiago
Abascal a “El Hormiguero”, posicionándole como una persona que también es
partícipe del humor y con gustos similares a los de muchos españoles. Algunos
de estos motivos han posibilitado que Vox consiga triplicar su número de
escaños en las pasadas elecciones del 10N, en contraste a sus resultados en las
elecciones del 28A. Con este análisis se pretende profundizar en cómo la desenvoltura
del político en este tipo de programas cuenta con una serie de estrategias
persuasivas que la audiencia interpreta como argumentos a favor para votar a
ese candidato.
En primer lugar, cabe destacar que el simple hecho de que
Santiago Abascal asista a un programa de estas características ya le califica
como una persona accesible para sus candidatos, con la que podemos tener un
trato amigable. Una vez inmerso en el desarrollo de la entrevista, nos
encontramos a un sujeto con una indumentaria menos disciplinaria, sin traje de
chaqueta y corbata, simplemente con una camisa entreabierta y unos pantalones,
sin las formalidades del cargo y con la similitud de un ciudadano
corriente.
El recurso humorístico es muy frecuente en los políticos para
humanizarse y aproximarse a los oyentes, ya que esto predispone al auditorio a
la escucha. Vemos que la primera avanzandilla de Abascal para quitarse la
careta de tipo serio es gastarle una pequeña broma al presentador Pablo Motos,
que consiste en darle unos antiinflamatorios
como paliativo “contra las críticas que va a recibir por dejar que asista
como invitado a su programa”. Posteriormente, al final de la entrevista
reaparece este recurso, aunque esta vez es el presidente de Vox quien lleva los
antiinflamatorios de vuelta a su bolsillo. Interesante el efecto buscado con
esta intervención cíclica, dado el carácter estratégico de una exposición que
empieza y acaba de forma llamativa, causando cierto impacto en la
audiencia.
Junto al recurso humorístico, tiene también cierto peso el
uso de anécdotas, dado que confieren credibilidad al político ya que es una
experiencia que ha vivido. Además, “facilita que los oyentes conozcan aspectos
de la vida privada del político” (Herrero, J. C., 2014), demostrando así su sensibilidad sobre algunos
asuntos. Encontramos su uso en una pregunta a Abascal sobre si él se
consideraba una persona homófoba; el político reafirma su “no” con una anécdota
que relata cómo pegó a una persona en bachillerato por estar haciendo una
declaración “terrible” contra los homosexuales. También, cuando se pone sobre
la mesa la propuesta de posesión de armas en el hogar, el líder de Vox la
justifica por medio de su experiencia personal, contando que él se vio obligado
a sacarse la licencia de armas para poder defender la vida de su padre cuando
éste estaba amenazado de muerte por la banda terrorista ETA. En último lugar,
Abascal recurre a su experiencia personal en el seno de una autonomía – en este
caso, la vasca – para justificar su rechazo al estado de las autonomías.
Por otro lado, ante la lacra de un discurso no bien
preparado, puede resultar muy persuasivo el uso de falacias, sobre todo si
éstas no son percibidas durante su uso. Santiago Abascal recurrió a unas
cuantas fórmulas argumentativas de los más vacuas pero a su vez, eficaces para
atrapar a su público. En primer lugar, encontramos falacias como la argumentum ad hominem, que consiste en
la defensa de uno mismo mediante la descalificación del adversario. El político
arremete contra los otros partidos con calificativos como “progres”, “viejos”,
“blanditos”. Otros casos se dan cuando, por ejemplo, Pablo Motos le pregunta si
él se considera “fascista”. Ante ésto, Abascal se niega, y se reafirma diciendo
que otros políticos se consideran abiertamente “comunistas” sin ser objeto de
críticas, cuando es algo que también produjo muchos desastres en la sociedad.
También, cuando Pablo Motos le replica que fue una falta de respeto el sacar
una pancarta contra la ley de violencia de género en medio de un minuto de
silencio por una víctima de malos tratos, Abascal se escuda de tal acusación
haciendo referencia a las pancartas que también sacaron los otros
partidos.
Otra modalidad de falacia empleada en esta entrevista se
trata de la argumentum ad misericordiam
– la cual alude a la pena –, vista cuando el político justifica su propuesta de
prohibición de la eutanasia con un caso verídico sobre un niño que murió contra
su voluntad tras la decisión de sus padres de someterle a este proceso clínico.
En último lugar, entre las falacias más recurrentes podemos
encontrar las ambigüedades, de las cuales el líder de Vox hizo un extenuado
uso. Las divagaciones antes las preguntas directas del entrevistador dejaban
ver a un candidato que se sentía acorralado por el contenido de algunas de esas
preguntas, ante las que respondía con medias tintas y sin rotundidad. Por
ejemplo, costó encontrar un “no” sentencioso contra la ley del aborto, ya que
Santiago Abascal prefería dar tumbos en torno a la propuesta de Vox de
facilitar ayudas económicas para las mujeres que tengan dificultades para
llevar su embarazo a término, y así evitar la vía abortiva. El candidato se
mostraba reticente a decir que su partido prohibiría terminalmente la opción de
aborto, y prefirió clarificar que su prioridad era la apuesta por la vida de
una persona.
Otro caso es cuando Abascal arremete contra la inmigración
ilegal pero a su vez considera que los inmigrantes – incluyendo también a los
que han conseguido su permiso de residencia dentro de los márgenes de la ley –
se sitúan, estadísticamente, en la pirámide de la delincuencia, contradiciendo
así su discurso contra la inmigración “sin barreras” y desvelando unas
connotaciones racistas y xenófobas que se valen de otro tipo de falacias como
las argumentum ad populum o las argumentum ad nauseaum, afirmaciones que
se sustentan en la cantidad de gente que las divulgue o las crea. Además,
desmiente todas esas acusaciones racistas contra su persona diciendo que antes
del comienzo del programa, ha estado tratando con toda naturalidad con gente
inmigrante que forma parte del público de esa noche.
Por otro parte, la humanización en otros casos es
completamente explícita. Abascal desmiente todas las alienaciones que le
vierten los partidos de izquierda preguntando retóricamente que si acaso él ha
matado, violado o secuestrado a alguien. En este caso, el recurso de la ironía
va de la mano de esa humanización que se presta el candidato ante las
acusaciones del resto de partidos. Posteriormente, acentúa que en la calle más
que insultos, recibe un trato favorable y amistoso. En última instancia, vemos
a un candidato que se humaniza por medio de la victimización y la
vulnerabilidad, intentando así despertar la empatía del auditorio; relata cómo
su vida ha estado criminalizada por momentos angustiosos como su divorcio, el
cambio de ciudad o el abandono de la institución que dirigía.
En definitiva, vemos cómo en esta entrevista se sintetizan
todos los factores cognitivos que despiertan el interés de un futuro votante,
con lo que a priori puede parecer una mera conversación, pero que en realidad
esconde un potente mensaje persuasivo que nos condiciona en nuestra elección
para formar gobierno.